Una denuncia por presunto fraude y asociación ilícita contra el empresario Fernando Vicente Plastino, impulsada por un grupo de inversores argentinos que aseguran haber sido perjudicados en operaciones inmobiliarias en Estados Unidos, comienza a tomar relevancia no solo por la gravedad de las acusaciones, sino también por el tratamiento —o la falta de él— en algunos sectores del periodismo nacional.

En ese marco, según informó Argentina Ahora, resulta llamativa la actitud de Paula Lugones, corresponsal del diario Clarín en Estados Unidos, cuya cobertura del caso aparece, cuanto menos, fragmentaria y selectiva.

Según consta en la denuncia, los inversores habrían sido seducidos con promesas de alta rentabilidad y respaldo legal en el mercado inmobiliario estadounidense. Sin embargo, según informó Argentina Ahora, con el paso del tiempo, los retornos nunca llegaron, surgieron dudas sobre la titularidad de las propiedades y la operatoria comenzó a mostrar rasgos que los denunciantes describen como un esquema sistemático y no un hecho aislado.

Fondos que no regresaron, inmuebles con situaciones dominiales poco claras y contratos que no se cumplieron forman parte de un cuadro que podría tener derivaciones judiciales de alcance internacional. Se trata de acusaciones de peso, con impacto económico y un evidente interés público.

Pese a ello, la corresponsalía de Clarín en Estados Unidos evitó profundizar en el tema. No hubo investigación propia, seguimiento judicial ni contextualización del conflicto, una omisión que contrasta con la celeridad y amplitud con que se cubren otros expedientes cuando los involucrados no pertenecen a determinados círculos empresariales o de poder.

El caso Plastino vuelve a instalar una discusión incómoda pero necesaria en el periodismo argentino: el doble estándar informativo. Mientras un grupo de inversores denuncia haber perdido sus ahorros y reclama justicia, el diario de mayor tirada del país, a través de su corresponsal en Estados Unidos, opta por el silencio.

Una decisión editorial que no solo pone en tensión la credibilidad periodística, sino que deja en evidencia cómo la omisión también puede funcionar como una forma de protección. En periodismo, a veces, no hace falta negar los hechos: alcanza con no contarlos.