La escalada del conflicto en Medio Oriente y la reciente intervención militar de Estados Unidos generan una nueva ola de incertidumbre global que también golpea a la Argentina. Aunque un posible alto al fuego podría amortiguar el impacto, las consecuencias económicas ya comenzaron a sentirse, especialmente en países con economías abiertas y mercados altamente desregulados como el argentino.

En este contexto, el modelo económico impulsado por el presidente Javier Milei vuelve a quedar expuesto en sus contradicciones internas y límites estructurales. A la par de la inestabilidad internacional, crece la preocupación por el endeudamiento, el encarecimiento del crédito externo y los aumentos en los precios de los combustibles.

“El Gobierno apuesta a una ficción de estabilidad basada en endeudamiento creciente y un superávit financiero artificial”, advirtió el economista Claudio Lozano. Para el exdirector del Banco Nación, el impacto de un shock externo limita aún más la posibilidad de acceder a financiamiento internacional, justo cuando el país acumula 11 meses consecutivos de déficit en cuenta corriente y una fuerte caída del comercio exterior.

La fragilidad argentina ante la volatilidad global

Con la tensión geopolítica en ascenso, organismos como el FMI y el Banco Mundial ajustaron a la baja sus previsiones de crecimiento global y regional. Las principales economías postergan la reducción de tasas de interés, lo que a su vez encarece el financiamiento para países emergentes y aumenta la aversión al riesgo de los inversores. En ese escenario, Argentina aparece como uno de los países más vulnerables.

“El mayor efecto inmediato será en los mercados financieros: aumentará el riesgo país y se encarecerá el crédito para empresas. Esto afectará al tipo de cambio y a las monedas de la región”, explicó Agustín Lodola, director del Laboratorio de Desarrollo Sectorial y Territorial.

A esto se suma el impacto directo sobre los precios del petróleo, que podrían trasladarse a toda la cadena productiva y alimentar la inflación, pese a los intentos del Gobierno de sostener un discurso de estabilidad.

“Un aumento sostenido en los combustibles afecta los costos de producción y consumo. Eso se refleja en los índices de inflación, más allá de los relatos oficiales”, indicó el economista Mariano Kestelboim. Según datos del INDEC, las ventas en supermercados durante abril fueron las más bajas desde 2023, lo que refleja una caída abrupta del consumo de productos básicos.

¿Oportunidad energética o presión inflacionaria?

Una de las pocas posibles ventajas de la crisis externa estaría en la mejora del superávit energético, si el precio del petróleo se mantiene alto. Sin embargo, los beneficios de Vaca Muerta son a largo plazo, y la rentabilidad inmediata no alcanza a compensar el daño en los bolsillos.

“El encarecimiento del petróleo puede ampliar el superávit energético, pero con un fuerte costo interno: suben los combustibles y se acelera la inflación”, apuntó Lozano. En tanto, Lodola señaló que los efectos sobre la producción serán limitados: “No creo que haya grandes impactos positivos inmediatos. Son inversiones que se proyectan a años”.

Un modelo sin amortiguadores

A medida que el escenario internacional se vuelve más adverso, la falta de herramientas de regulación y la dependencia del endeudamiento complican aún más el panorama económico argentino. “El verdadero poder económico sabe que este modelo no tiene futuro”, había lanzado días atrás Cristina Fernández de Kirchner, durante un acto en Plaza de Mayo, al referirse al rol de Luis Caputo y la política cambiaria del Gobierno.

La combinación entre liberalización del mercado interno, alta dependencia externa y ajuste fiscal sin respaldo productivo coloca a la economía argentina en una situación de extrema vulnerabilidad. Para los especialistas, el combo entre el conflicto bélico y las decisiones del Ejecutivo deteriora las bases para cualquier recuperación sostenida. La política económica oficial queda así, nuevamente, sin margen de maniobra frente a un mundo que se agita.